martes, 29 de diciembre de 2009

Gracias Onetti


Me ha requerido un gran esfuerzo, mental e incluso físico, aceptar que uno de los rasgos más definitorios de mi personalidad, no debe ser sustituído por su contrario, sino mantenido, afianzado y ensalzado.

La inseguridad, hija de la prédica de cualidades universales en todos los hombres como fórmulas de éxito, se ha ido disipando. No todos pueden relacionarse con los demás e incluso consigo mismo como si de una relación monógama se tratara, con la abnegada y paciente dedicación de las abuelas.

Existe una forma proscrita por las buenas costumbres de vivirnos como aproximaciones adúlteras. Arrebatos creadores, repentinos abandonos, silencios prolongados quizá perpetuos o quizá rotos por otros arrebatos que hacen que el ciclo comience una y otra vez hasta la muerte.

En ello no debería haber cabida para la censura porque quizá la pasión redima cualquier crítica a la falta de orden y método.

Gracias Onetti

Yo, el disociado



Ayer, alguien me hacía ver, con brutal vehemencia, mi incapacidad para distinguir entre la realidad y la fantasía.

Lo admito. Los vacíos de mi realidad, son llenados por mi imaginación con creaciones que me hacen la vida más llevadera. El peligro implícito de esta adicción al ensueño ya lo retrata Cervantes magníficamente con la historia de Alonso Quijano.

El dolor es infinitamente más profundo cuando asumimos la impostura de imaginar lo que no existe y la realidad no enrostra su verdad contrastante con nuestro querer.

En la bifurcación que hace elegir entre el pragmatismo resignado y la fé apostar por aquello que no existe y quizá no lo haga jamás, yo decido ser un soñador. Cueste lo que cueste.

lunes, 28 de diciembre de 2009

La embriaguez de la libertad




El hombre es esencialmente libre. Procura su libertad y repudia, en el fondo, cualquier limitación a ella, creyendo, falsamente, que la felicidad es proporcional a la libertad de la cual dispone.

Cuando nos sentimos liberados de cualquier clase de situación que suponía una limitación a nuestra libertad -trabajo, relación de dependencia paterno filial, y, muy especialmente, relaciones de pareja- inmediatamente somos presa de una euforía producto de la libertad recobrada y abrimos la puerta a toda clase de desafueros que se nos presentan a nuestros ojos como lícitos: Me acuesto a la hora que me dé la gana, me baño si me da la gana, me tiro a uno a dos a tres y a cinco juntos o separados porque me da la gana, como lo que me da la gana, finalmente hago, pues, lo que me da la gana.

Sentimos que el mundo es un pozo sin fondo al que pueden ir a beber nuestros deseos más oscuros y por tanto tiempo reprimidos o escamoteados.

¡Maravillosa libertad!

Esa etapa preliminar es lo más parecido a una embriaguez, luego de la cual, siempre, el vacío nos planta su presencia con sus enormes fauces amenazando devorarnos.

La esperanza frente al absurdo


"Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso eternamente, una y otra vez, hasta el fin de los días. Sísifo debía cargarla eternamente pues, habían pensado con algún fundamento, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza."

Albert Camus, fragmento inicial de "El mito de Sísifo".

Conocí el mito de Sísifo cuando era un niño y desde entonces su verdad trascendente me ha visitado en todos los momentos en los cuales la esperanza luce como un desvarío o una simple estupidez.

Pienso, con Camus, que lo que permite a Sísifo reanudar su tarea, a pesar de comprobar amargamente que la roca que carga sin cesar a la cúspide de la colina vuelve a su punto inicial una y otra vez, es la esperanza.

¿Pero esperanza de qué o esperanza por qué? ¿Cuál es la razón por la que este hombre desgraciado alberga una esperanza, en él representada por el hecho proscrito por los dioses de que la roca permanezca inmóvil, a pesar de que el pasado es una sucesión terrible de realidades en un sentido entera y decididamente contrario?

La esperanza de que el futuro sea distinto a pesar del fracaso del pasado, con lo cual, Sísifo, se reafirma en una de las características más genuinamente humanas al tiempo que abjura de la condena a la que es sometido.

La esperanza nos humaniza y con la esperanza nos rebelamos contra la absurdidad de la vida.

La contradicción humana


¿Cuanto cuesta aceptar que somos hombres?

El comportamiento humano no es un conjunto de relaciones causales excento de contradicciones.

Con frecuencia olvidamos la notoriedad del hecho central de que no somos máquinas sino hombres.

Me gusta lanzar el manto compasivo de la frase "es parte de la naturaleza humana" cuando reconozco estar frente a una situación que no puedo explicar bajo ninguna lógica distinta a la de aceptar que somos hombres.

Alejarse a pesar de querer estar cerca; herir a pesar de amar sin límite; caminar en una dirección contraria a la que queremos... son las grandes dimensiones de la contradicción que he vivido en carne propia en estos tiempos convulsos.

La segunda ronda


Nunca es demasiado tarde para retomar aquellas actividades que en algún momento nos permitieron escapar de la monocromía de nuestras vidas.

El crear siempre ha supuesto para mí una fascinación especial.

El talento o su ausencia me ha llevado por el discreto sendero de la escritura y abandonar otros, como la pintura o la música, en donde nunca dejé de ser un intruso sin derecho de ciudadanía.

Nada tan maravilloso como observar nuestras creaciones escindidas de nuestra existencia para recrear otras totalmente diferentes en donde nuestros deseos innúmeros conocen una particular forma de satisfacción.

Hoy vuelo, en esta segunda ronda, a tratar de dejar testimonio del hombre que voy siendo.